La Aventura del Río Pascua - Parte II

Al día siguiente, todos cruzamos el río Quiroz. En la mitad del cruce, un helicóptero amarillo se nos aproximó lentamente desde una dirección y pasó; luego regresó y pasó otra vez zumbando desde la dirección opuesta. No le prestamos mucha atención. Estábamos muy ocupados con la diversión que nos causaba cruzar el río en el carro, y eso que nos estábamos empapando de la cintura para abajo a medida que el cable se combaba y arrastraba el carro por el agua correntosa.

magellanic coigue y guaiteca cipres (Gary Hughes) Después de ponernos calcetines y pantalones secos, empezamos a caminar por el terreno más inusual de nuestra expedición, un tipo de área pantanosa llamada mallín. Afortunadamente, el clima había estado seco y el mallín se podía cruzar con mucha dificultad. Parecía una superficie sólida hasta que se ponía un pie en él. En ese momento, te dabas cuenta de que era sólo una alfombra muy gruesa y muy húmeda de turbera y otro tipo de vegetación, que flotaba en el agua. A intervalos regulares, habían islas de coigüe magallánico (Nothofagus betuloides) y ciprés de las Guaitecas (Pilgerodendron uviferum). Fuimos directamente hacia esas islas pensando que esos árboles tenían que crecer sobre suelo sólido. Pero en lugar de eso, encontramos el bosque más insólito que hubiésemos visto alguna vez, compuesto por diminutos árboles tipo bonsái que crecían sobre grandes montículos de turbera y estaban rodeados por agua. Al final pudimos cruzar el mallín caminando entre esos ¡bosques adultos en miniatura!

Después del mallín comenzó nuestro ascenso hacia los puntos altos de nuestra ruta. Una vez allí, descenderíamos hasta el punto en el lago Quetru desde donde nos recogerían. Entre el mallín y el lago Quetru, el río Pascua es tan correntoso y las riberas tan densas con bosques y tributarios que fluyen por cañones imposibles de atravesar, que no tuvimos otra forma de avanzar que escalar hacia lo que pensamos que sería un terreno más plano. ¡Un sueño! Pudimos atravesar el terreno más alto, pero no era más plano que el que ya habíamos escalado y por el cual nos habíamos tenido que abrir camino entre la vegetación antes de cruzar el río Quiroz. Y aunque la necesidad de abrirse camino disminuyó a medida que la vegetación se hizo menos densa, el ascenso se hizo más intenso. Después de alcanzar cerca de los 700 metros de altura, seguimos una serie de riachuelos y pequeños lagos a lo largo de una extensión de terreno más o menos plana hasta encontrarnos con un obstáculo impresionante.

El Cañón forestado del Río Pascua (Gary Hughes) No se trataba del Gran Cañón, porque el Gran Cañón no está cubierto por tantos bosques en sus partes más bajas ni por tanta nieve en sus partes más altas. Pero para nuestra expedición, en su intento de llegar en sólo tres días al punto desde donde nos recogerían, pensar en atravesar el cañón del Pascua era tan desalentador como el Gran Cañón. Mientras estábamos sentados en el borde de un precipicio gigantesco, el helicóptero amarillo apareció otra vez. Esta vez, pasó por sobre nuestras cabezas varias veces, de seguro tomando notas o fotografías.

El campamento debajo del límite de las nieves (Gary Hughes) Al final, para atravesar este particular cañón del río Pascua, tuvimos que escalar hasta la línea de la nieve. Después de hacerlo, estábamos más que listos para acampar. Acurrucados en una profunda depresión formada por las cumbres cubiertas de nieve y al lado de las primeras pendientes del cañón, el lugar para acampar que elegimos estaba próximo a las rápidas corrientes de deshielo que pronto se transformarían en el violento torrente responsable de la creación del impresionante cañón que intentábamos atravesar. Cuando llegamos, una familia de canquenes (Chloephaga poliocephala) se alejó lentamente y sólo quedaron nuestros compañeros de casi todos los días, una familia de cóndores (Vultur gryphus), que siguió volando en círculos sobre nuestras cabezas. Justo abajo de nuestro campamento, una hermosa cascada adornaba un profundo corte en el cañón, el que luego se hacía abruptamente más profundo.

Al día siguiente, abandonamos este pequeño paraíso en la cima del cañón para comenzar el ascenso a las tres montañas sin nombre. Durante esta parte de la expedición, vimos más huellas de huemul que las que habíamos visto en todos los otros días de viaje. El escurridizo huemul es un ciervo grande y muy hermoso originario de la Patagonia. Los chilenos están tan orgullosos de esta criatura que lo han puesto en su escudo nacional. Sin embargo, la sociedad chilena ha destruido tanto el hábitat del huemul que hoy sobreviven menos de 3.000 ejemplares. Su escaso número y su extrema timidez lo convierten en una especie rara vez vista por los humanos. Vi sólo uno de estos extremadamente tímidos huemules, que se alejó corriendo.

Acampamos sobre la línea de los árboles la noche anterior a la fecha en que nos recogerían. Alrededor del sitio del campamento había manchas de nieve que se derretían para formar cristalinas pozas. Mientras preparábamos la cena, un pequeño churrete (Cinclodes patagonicus) nos visitó. Fuera de esta intrépida ave y de un pequeño musgo, éramos las únicas formas de vida visibles en este particular punto del planeta. Sin embargo, a nuestro alrededor teníamos algunas de las más bellas vistas de la Tierra: la cordillera de los Andes cubierta de nieve y el sol poniéndose detrás de la cordillera de la Costa de la Patagonia.

El día siguiente era el día programado para que nos recogieran. A estas alturas, muchos de nosotros teníamos ampollas en los pies que demorarían semanas en curarse. Por suerte y gracias a los cuidados de Gary, las ampollas más graves no aparecieron hasta el último día de nuestra expedición. Desgraciadamente, el último día de excursión tuvimos que escalar hasta el punto más alto de la ruta, y luego descender hasta su punto más bajo abriéndonos camino en las condiciones más densas de vegetación de todo el viaje.

Comenzó con algunos agotadores ascensos y descensos para rodear numerosas quebradas. En cierto punto, tuvimos la fantástica experiencia de avistar dos veces consecutivas al ave más rara del viaje, la perdicita cordillerana austral (Attagis malouinus). La primera vez, dos ejemplares volaron por encima de nuestras cabezas. Más tarde, observamos a sólo unos pocos metros de distancia, por algunos minutos, a tres de ellas volar hacia arriba y hacia abajo alrededor de una saliente rocosa.

Los Andes en la distancia (Gary Hughes) Al llegar a la cima de la montaña sin nombre más alta, gozamos de la vista más impresionante de la expedición. Contemplamos a nuestro alrededor, con una visión de 360 grados, al río Pascua correr por uno de sus más pronunciados recodos, la cordillera de los Andes aparecer tímidamente por sobre el horizonte, unos témpanos de hielo flotando en un lago y el inhóspito terreno por el que recién habíamos tenido que abrirnos paso.

Después de descansar y tomar algunas fotografías, comenzamos el descenso por un terreno donde, de acuerdo a las hoy tristemente célebres palabras de Gary, la gravedad sería nuestro mejor aliado. Durante un corto tiempo eso fue cierto, y nuestro destino, el lago Quetru, apareció ante nuestros ojos rápidamente. Pero luego, descubrimos el mayor desafío de nuestro viaje. El descenso desde los más de 1.000 metros de altura desde el punto más alto de nuestra expedición hasta el lago Quetru estuvo acompañado por pronunciadas pendientes y una serie de bajadas cubiertas por un denso bosque en regeneración.

Terminamos equilibrándonos y resbalándonos entre arbustos cada vez más tupidos hasta encontrarnos literalmente perdidos. En un momento dado, Gary se adelantó para explorar un sendero, y yo esperé al resto del grupo. Durante quince minutos, estuve totalmente solo en un rodal de árboles, escuchando el sonido del riachuelo que esperaba que Gary encontrara, porque seguramente nos llevaría al lago Quetru. Durante esos quince minutos, me visitó un ave chilena cuyo distintivo grito se escucha a menudo, pero que es menos a menudo vista en los bosques del sur de Chile: el chucao (Scelorchilus rubecula). Ni el pájaro ni yo hicimos el menor ruido mientras disfrutábamos de la más larga y cercana vista que ambos habíamos tenido de nuestras especies en la naturaleza.

Gary encontró el riachuelo, y todos lo seguimos corriente abajo por cerca de diez metros hasta una cascada de tamaño considerable que impedía cualquier avance. Nos vimos forzados a gatear por la pronunciada pendiente del riachuelo para alcanzar un haz de luz solar que creíamos que venía de un claro entre los arbustos, en donde podríamos orientarnos.

Pudimos encontrar el camino abriéndonos paso a través de varios laberintos de densa vegetación. El avistamiento de dos picaflores comunes (Sephanoides sephanoides) fue inspirador, pero irónicamente, la luz de esperanza que nos permitía avanzar era el avistamiento de un camino que llevaba a una cantera de piedras. Sabíamos que ese camino tenía que llevarnos a otros caminos que, a su vez, no llevarían al punto donde nos recogerían.

Cerca de la puesta de sol del 29 de enero de 2008, llegamos al punto donde nos recogerían y esperamos, pero nadie vino a buscarnos. (Más tarde nos enteramos de que la persona que tenía que recogernos había llegado antes y al ver que no llegábamos, se había ido). Así que acampamos en el camino de ripio, cerca del impresionante río Pascua, por una octava y última noche. Mientras el río rugía, preparamos la cena con los restos de nuestras raciones de campamento, comparamos notas sobre las aves y otras criaturas que habíamos visto y soñamos con una ducha caliente.

Las Aguas de color aguamarina del Pascua (Gary Hughes) Al día siguiente, navegamos por cerca de 30 minutos en el río Pascua desde el punto de donde nos recogerían, hasta el pequeño hostal de nuestro patrocinador en el lago Quetru. En la confluencia del lago y el río se produce un llamativo contraste de colores, formado por el color aguamarina brillante de los sedimentos glaciales que alimentan al río Pascua y el azul profundo de las aguas del lago. Cuando cruzamos ese límite, sentí algo que sólo podría entender más tarde, después de realizar el increíblemente largo viaje de regreso, desde los 49 grados de latitud sur donde comencé a conocer al río Pascua hasta los 49 grados de latitud norte en Bellingham, Washington, donde vivo y trabajo. En ese momento yo ya había cruzado muchos otros límites, muchos de ellos simplemente líneas imaginarias en un mapa, pero cuando el color aguamarina se convirtió en azul en el límite del río Pascua y del lago Quetru, sentí que había traspasado el límite verdadero entre el río y yo. Y en ese momento, comprendí con toda claridad que, por una semana, había estado dentro del mundo salvajemente natural del río.

Estar dentro del mundo del Pascua es entender que el agua pura es un tesoro en extinción, que hay magia de valor incalculable en la vida natural que todavía no teme a los humanos, y que los lugares que el hombre no ha tocado son sagrados. Todas estas cosas, y otras que implican valores semejantes, me interesan mucho. Más aún, esta experiencia también involucró algo más, algo que debería ser repulsivo tanto para mí como para el resto de los seres humanos. Muchas veces durante la expedición, me sentí como un intruso, como alguien que no pertenecía a este exquisitamente bello lugar. Y creo que es cierto. Es posible que ésa sea la razón de que viéramos tan poca evidencia de presencia humana anterior (no había petroglifos, puntas de flechas, vasijas de arcilla, antiguas murallas o restos de osamentas humanas). Nuestra especie, sólo hasta tiempos muy recientes, había tenido la sabiduría de mantenerse fuera del mundo del río Pascua.

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Aaron Sanger is our Patagonia Campaign Coordinator and a former trial lawyer whose ground-breaking work protecting Chilean forests has been featured in the Wall Street Journal as well as in high-profile Chilean publications such as El Mercurio. Read his full bio here.


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Here are some animals and plants—part of the Pascua’s world—that we observed on our expedition:

Birds:

Cinereous harrier (Circus cinereus)
Hellmayr's Pipit (Anthus hellmayri)
Dark-faced ground tyrant (Muscisaxicola macloviana)
Red-backed hawk (Buteo polyosoma)
White-crested elaenia (Elaenia albiceps)
Austral thrush (Turdus falcklandii)
Mourning sierra-finch (Phrygilus fruticeti)
Thorn-tailed rayadito (aphrastura spinicauda)
Andean condor (vultur gryphus)
Torrent duck (merganetta armata)
Ashy-headed goose (chloephaga poliocephala)
Magellanic woodpecker (campephilus magellanicus)
Patagonian tyrant (ochthoeca parvirostris)
Austral blackbird (curaeus curaeus)
Black-throated huet-huet (Pteroptochos tarnii).
Chucao tapaculo (scelorchilus rubecula)
dark-bellied cinclodes (cinclodes patagonicus)
Yellow-bridled finch (melanodera xanthogramma)
White-bellied seed-snipe (attagis malouinus)
Green-backed firecrown hummingbird (sephanoides sephanoides)

Amphibians:

Yellow-striped toad

Mammals:

Huemul (hippocamelus bisulcus)

Trees:

Magellanic coigue (nothofagus betuloides)
Guaiteca cipres (pilgerodendron uviferum)
Nirre (nothofagus oblique)
Lenga (nothofagus pumilio)